Mi Señora Bonita
La llamo mi señora, mi señora
bonita, no por los años que lleva el tiempo en sus ojos ni por los días y
noches que puede contar en su vida. No, faltaba más. La llamo así porque su
presencia es digna y su andar es de reina, porque en cada gesto se encuentra un
amor que no sabe rendirse, porque hay en su mirada el fuego de una reina que
conoce sus reinos. Es señora y dueña de este corazón que ya no es mío, de mis
noches pobladas de sueños que sólo usted gobierna.
En el templo de mi vida, es la
imagen a la que ofrezco cada latido. Es ama y señora de los pensamientos que se
arremolinan en mis madrugadas, de esos silencios llenos de preguntas que solo
su mirada responde. Su dignidad es el faro que guía mis pasos, y su amor, la
hoguera que anhelo en mis inviernos.
La llamo Señora porque la amo con
una fuerza que ni el tiempo ni la distancia logran amainar; porque en su nombre
encuentro el peso de cada promesa que no necesita ser dicha. Usted es la fuerza
indómita que me sostiene, la única voz que determina mi suerte. Y mientras
exista, mi señora bonita, dueña de mis sueños y mis desvelos, no habrá poder en
esta tierra que me haga renunciar a este sueño infinito de amarla.
Seguiré aquí, atrapado en esta
dulce condena de su amor, con la certeza inquebrantable de que no hay nada en
el mundo que pueda arrancármela del corazón.
Suyo,
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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