Resumen
El viento que sopla desde las
montañas trae hoy algo más que el susurro de las hojas. Viene cargado con las
palabras postergadas por la historia, los sueños que se ahogaron en el olvido y
el eco lejano de la risa infantil, esa que alguna vez resonó en los montes
antes de que la guerra lo arrasara todo. Ahora, esa risa vuelve a sonar libre,
frente a los representantes de un gobierno que ha cambiado el lenguaje
contrainsurgente por el de la paz con justicia social y dignidad. Las montañas
de Nariño, antiguas y altivas como reinas ancestrales, fueron testigos
silenciosos de la sangre que corrió por los ríos como venas abiertas. Sin
embargo, hoy esas mismas cumbres, resucitadas por un nuevo aliento, observan
desde sus alturas cómo el pueblo se levanta en las calles, no con miedo, sino
con una esperanza renacida.
El poder, esa quimera astuta que
solía habitar en los despachos perfumados de quienes vestían trajes y corbatas
como armaduras de engaño, ya no está allí. Ahora el poder camina por los
caminos polvorientos, lo llevan los hombres y mujeres que entendieron que es en
sus manos, curtidas por la historia, en sus cicatrices que nunca olvidaron el
dolor, pero que tienen la capacidad de perdonar y la ternura de amar, donde
reside la fuerza para transformar la historia. En las plazas, donde antes solo
resonaba el eco de promesas vacías, ahora el aire huele a futuro, a ese futuro
que una vez fue negado a quienes vivieron con la piel quemada por el sol y los
rostros esculpidos por siglos de injusticia. Porque ahora el poder no está en
los representantes de las oficinas, las direcciones, los ministerios o las
comisiones; el poder es del pueblo.
Intentarán apagar el fuego, sin
saber que la llama de un pueblo no se extingue. Los muros que levantaron para
contener el miedo ahora se ven pequeños e inútiles ante la fuerza de quienes se
niegan a aceptar la sumisión como destino. Porque no hay poder más grande que
la dignidad de los olvidados. Los campesinos, los obreros, los indígenas, las
mujeres, los jóvenes; todos aquellos que habitaron las fronteras invisibles del
poder, saben que la justicia no se pide como un favor, sino que se toma con las
manos, como se toma el pan recién salido del horno y se reparte entre hermanos.
El fascismo, como un monstruo de
mil cabezas, aún intentará sembrar el terror. Pero el pueblo, con la paciencia
de la tierra que resiste al vendaval, responderá con el amor. Un amor que no es
solo una palabra dulce, sino una trinchera viva, un grito de lucha que se alza
en medio de la tormenta. Y en esa resistencia, tejida con las manos ásperas de
los campesinos y las voces entrelazadas de los obreros, los negros, los
indígenas se canta un himno que resuena más fuerte que las balas: “No pasarán”.
Hoy el sol brilla distinto en el
cielo de mi Patria. No porque las nubes se hayan ido, sino porque la luz ha
regresado al lugar al que siempre perteneció: las manos del pueblo. Y así,
entre cantos de victoria y cicatrices que ya no duelen, se teje una nueva
historia. Porque aquí, en esta tierra de montañas eternas, el fascismo no pasará.
Y aquellos que aprendimos a resistir, lo hicimos cantando, y ellos, los
enemigos del pueblo y de la paz, no saben que el canto es la aurora que anuncia
el renacer de todo lo que alguna vez fue arrebatado.
COMPAÑERO PRESIDENTE, ESTAMOS
CUMPLIENDO
Jorge Alberto Narváez Ceballos
Este texto sacude mis entrañas y me obliga a sonreír con lágrimas en formación en mis ojos, no sé si de alegría o dolor por todas las afrentas del pasado, pero con mucha esperanza
ResponderBorrarEstamos en la línea y vamos a seguir avanzando, no hay duda alguna
ResponderBorrar