Cicatrices de la Memoria
Dijiste que no debería escribir
sobre esto, que no debía recordar, porque recordar es un lastre. Dijiste que
debía soltar este peso, descalzarme de la historia y caminar por un nuevo
camino, como si el olvido fuera un sendero limpio, sin espinas ni sombras.
Pero, ¿qué sabes tú de recordar? Tú, que piensas en el tiempo como una línea
recta, un paso delante del otro, como si los días fueran soldados marchando,
siempre hacia adelante, sin mirar atrás.
Yo, en cambio, recuerdo en espirales,
en círculos que regresan al comienzo, que giran y giran, y me devuelven al eco
de la guerra, al dolor de la pérdida, al grito ahogado en la garganta de los
desaparecidos. Recuerdo en laberintos donde mis muertos viven en las paredes,
donde la justicia se viste de polvo y sangre, y el silencio pesa más que las
palabras.
La justicia, después de la
guerra, no es una línea recta. Es una herida abierta que se cierra y se abre,
una cicatriz que arde cuando llueve y cuando el sol cae sobre los nombres olvidados.
Es una búsqueda interminable, un espiral de memoria que nos devuelve siempre al
mismo lugar: la verdad no dicha, la reparación no concedida, la paz que aún se
arrastra herida en medio de los escombros.
¿Qué sabes tú de recordar?
Recuerdo en círculos que aterrizan en lugares que había olvidado, en rostros
que alguna vez vi y ahora vuelven con el peso de la justicia no cumplida.
Recordar es pesado, sí, pero es necesario. Porque en la espiral de la memoria
está la clave para que la justicia no se pierda en los caminos nuevos, esos
que, sin memoria, no llevan a ninguna parte.
¿Qué sabes tú del perdón? El
perdón no es olvidar. Perdono, sí, porque en el perdón encuentro el alivio,
pero nunca olvido. El olvido sería un nuevo silencio, una traición a las voces
que aún resuenan en la tierra herida. Perdono, pero la memoria queda, como un
eco que insiste, como una cicatriz que marca, para que el dolor no se repita,
para que el perdón no sea un pretexto para el olvido, sino una promesa de que
la justicia vendrá, y con ella, la paz.
Jorge Alberto Narváez Ceballos.
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