Amanecer
Las palabras despiertan con la tibia luz
que la montaña guarda, se tiñen de rocío
en la sombra temprana donde las hojas murmuran
al sol que apenas nace, un deseo de ser bruma.
La mañana se despliega como un susurro de hojas
en el borde del bosque, y la vida, aún dormida,
asoma su rostro vivo ante el prodigio cotidiano
de ser penumbra y fulgor, de ser canto y eco
en las manos del viento.
Y en el resplandor naciente, el río canta su paso,
llevando en su corriente los sueños de la noche.
El tiempo, como un ciervo, cruza el claro,
dejando tras de sí un rastro de luz
que la tierra absorbe, callada, en su ser profundo.
El día se viste de esperanza, y el silencio,
tan antiguo como el bosque,
se funde con el primer aliento de la aurora.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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