La vida en el espejo
La vida es como un espejo roto, esparcido en
los espacios que nunca terminamos de recorrer. Cada fragmento, que dormita
entre sombras y luces, guarda una verdad pequeña, un murmullo de lo que somos,
pero jamás el todo. Nos asomamos a esos trozos, a sus reflejos quietos,
buscando en ellos la pieza que nos devuelva la unidad perdida, creyendo que, al
juntar los destellos, brotará la imagen que el tiempo nos niega. Pero el
cristal, insensible y huraño, se quiebra más con cada intento, y entre las
grietas una luz leve se desliza, revelando el misterio más viejo: el caos es el
jardín donde florece la belleza.
Es en las fisuras, en esos vacíos hondos que se
abren en nuestros pasos, donde habita nuestra esencia. Caminamos entre sombras
largas, las sombras que nacen de nuestros deseos, las sombras que nos llaman
desde los sueños que tejemos con hilos frágiles. Y sin saberlo, hallamos que la
plenitud no está en la unidad, sino en aceptar que siempre faltará algo, que
una ausencia, invisible, es la que nos define.
Y es allí, en esa falta, donde el deseo se
enciende. El deseo de encontrar en los otros lo que se nos escapa, de buscar en
sus ojos el reflejo esquivo que no hemos hallado en los nuestros. Pero los
espejos, en su silencio, nos engañan. Solo el amor, profundo y herido, se
atreve a mirar más allá de las grietas, a sumergirse en el abismo y abrazar la
imperfección, porque es en lo roto, en lo incompleto, donde se esconde la verdad
más pura.
Por eso, jamás me cansaré de decirte que en ti
encuentro los fragmentos necesarios para formar juntos un amor verdadero. No
porque seamos enteros, sino porque en nuestras grietas, en nuestras sombras y
vacíos, la luz se filtra suave, y ahí, en lo incompleto, florece lo eterno.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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