El viejo Fidel
Por primera vez camina solo por
esa gran ciudad, con los pasos pesados de quien ha cargado demasiado. Las
sombras de la guerra se aferran a su piel, como tatuajes invisibles que no
desaparecen con el tiempo. Sus manos, acostumbradas al frío del metal y al peso
de estar alerta, ahora tiemblan al tocar el aire suave de la tarde, un aire que
parece extranjero, como si él ya no perteneciera a este mundo.
Cada día es un desafío, un abismo
de incertidumbre que se abre ante sus pies. La guerra le enseñó a sobrevivir, a
mantenerse presto, a desconfiar del silencio. Pero ahora, en este nuevo
escenario, el silencio no es enemigo, y eso lo desconcierta. ¿Qué se hace
cuando las batallas han cesado? ¿Qué queda cuando las armas callan y el ruido
de los combates se disuelve en el pasado?
Las calles de la ciudad, tan
familiares para esta multitud, parecen un laberinto sin salida. Las caras que
pasan junto a él son sombras, ecos de una vida que ya no entiende. Se pregunta
si alguna vez será capaz de encontrar la paz, si sus noches dejarán de estar
pobladas por los fantasmas de aquellos a quienes dejó atrás, de aquellos a
quienes nunca volverá a ver.
Y en medio de este desconcierto,
de esta búsqueda sin dirección, surge una pregunta que lo atormenta: ¿qué hará
mañana? El futuro es un lienzo en blanco que lo aterra, una página que no sabe
cómo escribir. Sin las armas en sus manos, se siente desnudo, vulnerable, como
un niño perdido en un bosque oscuro.
Pero mientras avanza, paso a
paso, día tras día, comienza a comprender que tal vez, solo tal vez, hay algo
más allá del horizonte incierto. Tal vez la vida, con todos sus miedos y dudas,
es una nueva batalla, una en la que no se lucha con balas, sino con esperanza y
más valentía que la de ayer. Y aunque no sabe qué traerá el mañana, aunque el
desconcierto lo acompaña como una sombra, sigue caminando. Porque en el fondo,
sabe que regresar es solo el primer paso hacia lo desconocido, y en ese incógnito,
quizás, encontrará finalmente la paz que tanto anhela o la encrucijada de una
guerra más feroz, simplemente no lo sabe.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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