El Sol de los Venados
En tiempos remotos, cuando los
dioses caminaban entre los mortales, al ver la majestuosidad de un gran venado
que todas las tardes subía a la cima de la montaña para ofrecer su devoción,
decidieron regalarle un fulgor que solo los venados podían ver. Esta luz no era
la que iluminaba los días, ni la que llenaba la luna cada ciclo, ni la que
guiaba a los viajeros. Era un fulgor escondido, guardado en el corazón de la
montaña, y su resplandor alimentaba la vida de los venados, dándoles fuerza
para correr por los bosques y saltar entre las sombras.
El sol de los venados no quemaba
ni cegaba; acariciaba el alma de estos seres, llenándolos de sabiduría
ancestral. Cada amanecer, los venados se reunían en la cima más alta, donde el
cielo se encontraba con la tierra, y allí, en silencio, recibían la luz que les
hablaba en un lenguaje que solo ellos entendían.
Pero un día, los hombres, con
ojos codiciosos y corazones insaciables, descubrieron la existencia de esta luz
secreta. Creyeron que, si podían capturarla, podrían dominar la naturaleza y
controlar el destino de todas las criaturas. Armados con arcos y flechas, subieron
a la montaña, decididos a arrebatar el sol a los venados.
Al ver a los hombres acercarse,
los venados comprendieron el peligro. Se miraron entre sí y, sin decir palabra,
comenzaron a correr hacia el sol. En su carrera, la tierra tembló y el cielo se
oscureció. Los hombres, sorprendidos por la furia del mundo, intentaron detener
a los venados, pero fue en vano. Uno a uno, los venados saltaron al corazón de
la montaña, fusionándose con la luz.
Entonces, el sol de los venados
se apagó, escondiéndose en lo más profundo de la tierra. Los hombres, al ver
que no podían atraparlo, se marcharon, dejando atrás solo el eco de su
ambición.
Desde aquel día, los venados que
quedaron unidos a la luz salen a visitar a sus parientes. Corren por los
bosques, y en sus ojos brilla el sol secreto. Entonces, antes de las noches más
oscuras, cuando la luna apenas se asoma, se puede ver un destello fugaz que une
el cielo con el corazón de la montaña, tiñendo el firmamento de rojos y
regresando otra vez a su lugar secreto. Así, la montaña sigue guardando el
secreto del sol de los venados, esperando el momento en que la humanidad
aprenda a ver con el corazón y no con los ojos, para que la luz pueda regresar
y los venados vuelvan a danzar bajo su brillo.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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