CARTAS DE AMOR 37
Señora bonita,
En el ciclo interminable de los
días, donde las horas se desvanecen como sombras en la arena, y el tiempo se
convierte en un laberinto de hilos frágiles y persistentes, allí la encuentro.
La encuentro en cada amanecer, cuando el sol, tímido, roza el horizonte con sus
primeras caricias, trayendo consigo el aliento de un nuevo día. Usted es el
susurro que se cuela en el silencio matutino, en esa calma profunda de esta
ciudad aún dormida, el pensamiento que despierta mis ojos y mi alma a la
esperanza.
Cada atardecer se convierte en un
adiós sutil, un ciclo que se cierra lentamente, y usted está allí, constante y
serena, como una llama que no se apaga en la penumbra. El sol se esconde tras el
volcán eterno, tiñendo el cielo de colores cálidos y nostálgicos, pero su
presencia permanece, como un eco de lo que fue y lo que aún será. En cada
estrella que se enciende en la inmensidad de la noche, vuelvo a encontrarla, como
un pequeño destello de luz en el vasto abismo de la oscuridad.
En un mundo que gira y se
desplaza con la rapidez de un sueño fugaz, es usted la constante, el deseo que
no se altera. Mientras todo se desmorona y se reconstruye a mi alrededor, su
esencia sigue firme, inmune a las tormentas del cambio. Es el refugio en medio
del caos, el punto de equilibrio en un universo en constante movimiento. En
medio de todas las incertidumbres, su presencia es la certeza, el anhelo
constante, el norte que orienta mi brújula errante.
Como la extraño, como la deseo,
como la pienso…
Suyo siempre
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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