La Mariposa y la Abeja
En los vastos campos de maíz que
tejían el horizonte, nació una mariposa. Sus alas eran un mosaico de colores
que contaban historias antiguas, leyendas que los hombres aún no habían
descubierto en el tejido del universo. La mariposa, ligera como el aliento del
viento, volaba de flor en flor, bailando con el resplandor del día.
Un día, se encontró con una
abeja, trabajadora y diligente, que recolectaba el néctar de las flores con una
precisión casi divina. La mariposa, curiosa, se acercó y observó cómo la abeja,
sin descanso, transportaba la dulce savia a su colmena. La abeja no tenía
tiempo para el vuelo libre, ni para los juegos de luces en el aire; su vida era
un ciclo interminable de trabajo, una danza entre la flor y la colmena.
La mariposa, con la suavidad de una brisa, preguntó a la
abeja: “¿Por qué te entregas a este trabajo sin fin? ¿Acaso no ves la belleza
del mundo que te rodea?”.
La abeja, sin detener su labor,
respondió: “En mi trabajo está mi sentido, en cada gota de néctar que
recolecto, en cada vuelo de regreso a la colmena. Mi vida no es solo mía;
pertenezco a un todo que me trasciende, un todo que me define. La dulzura que
traigo no es para mí, sino para aquellos que vendrán después”.
La mariposa, pensativa, revoloteó
alrededor de la abeja, sintiendo la gravedad de esas palabras. Ella, que volaba
sin rumbo, que se dejaba llevar por el capricho del viento, sintió una punzada
en su corazón de polen. Su vuelo, tan libre y sin propósito, era hermoso, pero
también vacío.
Y entonces, mientras el sol se
despedía en un abrazo de fuego, la mariposa entendió. Entendió que en la vida
de la abeja había un propósito que la suya no conocía. Entendió que el vuelo
sin dirección podía ser hermoso, pero la labor, el trabajo que construye y deja
huella, tenía un peso que sus alas no podían sostener.
Al día siguiente, la mariposa
decidió volar junto a la abeja. No para recolectar néctar, sino para aprender
la lección que la abeja, sin saberlo, le había enseñado: que la verdadera
belleza no está solo en la libertad, sino también en el compromiso, en la
entrega a algo más grande que uno mismo.
Y así, en los cielos, la mariposa
y la abeja tejieron un nuevo mito, uno que hablaba de la unión entre el vuelo
libre y el trabajo incansable, del equilibrio entre el sueño y la realidad, y
de cómo en ese encuentro se encontraba la esencia de la vida.
Jorge Alberto Narváez Ceballos.
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