CARTAS DE AMOR 30
Señora bonita,
Tomar una Coca-Cola con usted, un café con
tortilla en la caseta de la Carlota, reír de las anécdotas y de los compañeros
del semestre, era mejor y más feliz que oír una clase de obligaciones. En parte
por mi amor por usted, en parte por su amor por el café, en parte por ese
ambiente de bullicio de la plaza Fuchi, en parte por el secreto que nuestras
sonrisas tenían ante la gente.
Esos momentos se quedaron en mi mente y en la
punta de los dedos que hoy le escriben. Encontrarla de nuevo fue para mí de tan
gran importancia que ni yo mismo lo había entendido; estar flotando de amor de
un lado a otro es fundamental. Un día escribiendo para usted es alcanzar otro
universo; las palabras son alas que me llevan y, de pronto, hasta la alcanzan.
No sé si usted se haya dado cuenta, pero esa sonrisa que tiene en este momento
es parte de esa importancia.
Escribo y la miro, y aunque preferiría mirar en
sus ojos, como la última vez en medio de ese almuerzo, cuando hablaba y yo solo
miraba sus ojos, detallaba el contorno de sus labios, el color de su piel, su
cabello cayendo por su cara y posándose en sus hombros, esa alegría que solo
disfruto estando juntos como la primera vez.
¿De qué sirven tantas palabras? Me podría decir
usted. De puente, le respondería. Un puente entre lo divino y lo humano, entre
lo posible y lo imposible, entre estos dedos que escriben en el teclado de la
computadora y mis manos acariciando su piel.
Parece que todos soñamos con alguna experiencia
maravillosa que no va a desperdiciarse en sueños. Por eso le estoy contando
sobre ello, en cartas como esta, carta que no sé si llegará pero que, si no es
escrita, explotaría en mi cabeza. Cada palabra que escribo es una chispa de los
recuerdos que llevamos, un fuego que arde en el rincón de mi alma. Tal vez
nunca lea esto, tal vez estas letras se pierdan en el vasto mar de palabras no
dichas, pero al escribirlas, al plasmarlas en este papel virtual, construyo un
puente hacia usted, un puente que trasciende el tiempo y la distancia.
Así, querida amiga, mientras estas palabras
fluyen desde mis dedos hacia la pantalla, la imagino sonriendo, como aquella
primera vez, y me doy cuenta de que, a pesar de todo, de la vida, del bullicio,
de las obligaciones, hay algo que permanece intacto y puro: el eco de nuestras
risas, la calidez de nuestras miradas y la certeza de que, aunque este puente
de palabras pueda parecer frágil, es más fuerte que cualquier barrera que el
mundo pueda interponer.
Y aquí, en este último renglón, donde el
silencio amenaza con tragarse todo, dejo un suspiro y una promesa: seguiré
escribiendo, seguiré soñando, seguiré construyendo puentes de palabras, porque
es la única manera que conozco de mantener viva la llama de lo que fue este
amor y de lo que aún puede ser. Porque en el fondo, siempre seré esa alma
flotando de amor, buscando encontrarla en cada rincón del universo.
Con todo mi amor, ahora y siempre.
Jorge Alberto Narváez Ceballos.
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