CARTAS DE AMOR 24
Señora bonita,
Su ausencia se cierne sobre mí como una carga invisible, un
peso que el tiempo no logra disolver. A pesar de la implacable marcha de los
días, regresas a mí en los sueños, en un constante vaivén de ilusiones. La
tarde se desmorona como un sueño perdido, el cielo, saturado de tinta y
enigmas, se hunde en la oscuridad. En el rincón más oculto de mi ser, su imagen
arde con una llama que nunca se apaga, marcando cada instante con su incesante
fulgor. Solo quedan algunas nubes blancas, solitarias y silenciosas,
deslizándose sin prisa a través del vasto firmamento.
Me siento como un río detenido en el recuerdo, profundo y
pausado, fluyendo lentamente por las riberas que esculpen en mi memoria la
silueta de tu cuerpo. En esta noche sin luna, mis manos invisibles acarician
sus playas, desdibujando la niebla que impone la distancia entre nosotros.
Sus orillas se han convertido en fragmentos dispersos de
recuerdos, esparcidos por el tiempo. Sin embargo, en el reloj de mi vida,
siguen siendo el puerto al que siempre regreso. Escucho el murmullo del agua,
que la llama en un susurro interminable, mientras otro día se va y la noche se
prepara para recibir una nueva vigilia de espera impaciente.
Aunque el reloj avance sin piedad, sé que más temprano que tarde,
se sumergirá en mis aguas serenas, donde el eco de su presencia finalmente
encontrará la paz que tanto anhela.
Con mi amor.
Jorge Alberto Narváez Ceballos.
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