CARTA DE AMOR 7
Señora hermosa,
Salió el sol después de llover a
cántaros. Anoche llovió toda la noche y, en este momento en el cual hay que
esperar que lleguen unos compañeros, le escribo.
Apenas estoy sumando días de
escribirle. Sé que no era parte de mi vida cotidiana, pero se ha convertido en
un gran momento. Y es que llega de repente esa sensación de tener que decirle,
al menos con unas palabras, cuánto la pienso.
¿Cuántos años han pasado desde
que la vi por primera vez? Ya son varios, los suficientes como para entender
que esto que siento lo debía decir ahora, pues nadie me asegura que habrá otra
oportunidad.
Me atreví, que es lo que me
importa ahora, a dar ese paso casi al vacío con la mano en el corazón y
cerrando los ojos como debe ser al saltar en paracaídas, pensando en esa frase
de García Márquez que leí una vez hace tanto tiempo en un grafiti en esta fría
Bogotá: "El amor es eterno mientras dura".
Ningún lugar en la vida es más
triste que una hoja en blanco, una página sin palabras ni destino. Por eso le
escribo, porque cuando la veo me limito a saborear el tiempo y deshilar cada
espacio para que se vuelva eterna en mi recuerdo. Porque eso fue lo que aprendí
a hacer cada vez que la encontraba. Por eso casi enmudezco cuando la encuentro
y debo recurrir a las letras para explotar esta sensación de vacío o de llenura
absoluta. Es una mezcla de todo: de ansias y de amor, de alegría y de tristeza
que me obliga a escribir y dejar salir las mariposas del estómago, como las
mariposas amarillas ante la presencia de Mauricio Babilonia por ese amor tan
profundo por Renata Buendía, en una clara muestra de amor y soledad al mismo
tiempo.
Señora bonita, amiga de mi alma,
usted es esa mezcla del todo y de la nada, de la luz y la oscuridad, de plena
satisfacción y la soledad absoluta. Mi amor escondido, que al liberarse puede
ser que muera como las mariposas en un solo día, pero que vale la pena volar al
infinito, gozar la lluvia o sufrir el calor del sol para poder sentir la
grandeza de la vida.
“Lo único que me duele de morir,
es que no sea de amor,” decía Gabo por allí en alguno de sus escritos mágicos.
Pero yo no quiero morirme sin antes decírselo de mi propia boca, mirándola a
los ojos, entendiendo que este sentimiento no podía quedarse en el olvido, en
el secreto de una verdad a todas luces. Porque, aunque no haya explotado como
lo hice en estos días, usted siempre lo supo, siempre lo intuyó, lo leyó en mis
ojos desde las primeras tardes en que me alegraba la vida oyéndola hablar y
reír a carcajadas.
El cielo se volvió a nublar, las
calles vuelven a serpentear entre riachuelos y llantas, las gentes se guarecen
en las paredes de los almacenes, y yo desde acá miro como en un video musical
pensando en usted.
Espero curarme de usted en unos
días, volver a mis silencios, soñarla despierto, pero en silencio, sin letras
ni palabras. Dejar de verla en mis textos, dejar de beberla en mis cafés de la
tarde, dejar de sentirla cuando abrigo las palmas de mis manos con el calor de
mi aliento... Espero curarme de usted, señora hermosa, vida de mi vida, aunque
la mejor manera de curarme sea también un doloroso e insoportable dejar de
pensar.
Suyo con amor,
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