martes, 20 de enero de 2015

EL NIÑO PEDRITO



Las vacaciones de fin de año escolar las pasaba en la casa de la abuela Clemencia y de ellos unos días en la casa de la bisabuela Mercedes.



La calle 18 le daba la oportunidad de salir al parque infantil o caminar hasta la panadería y pastelería Lux donde la abuelita Miche sacaba una moneda y me compraba un cono de dulce o compraba pambazos de 20 centavos, que con la nata de la leche, me comía en el café de las nueve de la mañana.



La casa tienda tenia un biombo que separaba la entrada a la casa del local a la calle, donde la abuelita vendía leche desde muy temprano en la mañana y luego se convertía en el consultorio donde campesinos y varios vecinos llegaban con sus dolencias musculares o torceduras y ella los envolvía en látigo de hoja de plátano y pomada caliente, luego de colocar cuerdas, tendones o huesos en su lugar.



Florentina, su ama de llaves, asumía las labores de aseo y cocina y siempre tenia una sonrisa y una historia. En la cocina una hornilla negra de humo donde el carbón había sido encendido muy temprano, siempre tenía una ollita esmaltada, chiltada en un lado, con café negro que mezclaba con leche en una taza grande también esmaltada y de una talega de lienzo sacaba el pan o a veces una galleta redonda cubierta de azúcar.



Los cuyes paseaban por la cocina y yo los correteaba, me gustaba cargar los más chiquitos. Los tenía en las manos y sentía como su corazón latía aceleradamente e intentaban zafarse, pero se calmaban y se dejaban cargar, los tenia hasta que la abuelita me los quitaba diciéndome: “No se encariñe mijito, que después toca comérselos”.



Una tarde después de jugar en el parque infantil, pasé derecho a la cocina, la abuelita estaba ocupada con un niño que se había caído en la bicicleta y ella le acomodaba el brazo, afané el paso para no oír los quejidos y entré con rapidez en la cocina.



De frente a la puerta sentado “Pedrito”, Pedro Zarama  supe muchos años después que se llamaba, me pasó la mano y como yo entraba casi corriendo quedé sorprendido, pues casi me choco con él al entrar como un tromba a la cocina.



No tenga miedo niñito, Pedrito buen hombre… me dijo con ese tono pausado que tenia cuando no gritaba sus anuncios, le pasé la mano y me senté frente a él. Florentina le sirvió una taza grande de caldo y un pan de sal; sacó de su bolsillo una cuchara y se tomó su caldo con la cebolla picada que había en un plato en la mesa. Me miraba y sonreía.



Cuantos años tiene, niñito?

Ocho le respondí.

Y ya va a la’ecuela?

Acabe primero, estoy en vacaciones.


Sacó del bolsillo del saco azul oscuro una melcocha, me dijo que era de las madres Visitandinas, que era muy rica, que tenia maní.

El 31 de julio de 1983, cuando desperté cumpliendo 14 años, en otras vacaciones de final de año escolar, sin mi abuelita Mercedes, en la casa de mi madre; tocaron la puerta. Era una amiga de mi tía Elvira que nos llegó con la noticia que encontraron muerto a Pedrito, que su pieza se incendió. Atrás quedaron sus voceadas de las fiestas religiosas y de las ricas empanadas calientes de las monjitas, se fue como se fue mi infancia, Pedro Bombo, el niño Pedrito, el buen hombre.

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