viernes, 7 de noviembre de 2014

PARQUE DE SAN FELIPE



Las 10:30 de la mañana, bajan corriendo por la calle interna empedrada y rodeada de pinos de la Escuela Normal de Occidente. Venían del restaurante de comer colada con tortilla, cuando dieron la orden de salida anticipada.



-         Vamos a jugar un rato a la cancha

-         Vamos mejor a la piscina



Llegaron corriendo a la entrada de la piscina y el celador los sacó corriendo.



-         A ver, a ver… Salgan de aquí o le aviso al Prefecto de disciplina



Corrieron como alma que lleva el diablo, antes que el Prefecto venga y los ponga a hacer sentadillas con las manos en el cuello, alrededor de la pista de atletismo, como a los que llegan tarde.



Salieron como una tromba y bajaron a la calle 10 para tomar la carrera 26, donde casi chocaron con el tropel de los muchachos de la Universidad de Nariño, que eran perseguidos por una escuadra de soldados del Batallón Boyacá. Habían sido sacados de las residencias universitarias que quedaban más arriba del teatro Imperial y corrieron para alcanzar el Parque de San Felipe, donde encontraron pertrechos en las piedras del río que se amontonaron en las orillas de las vías por la última crecida del Mijitayo y se hicieron fuertes en la esquina obligando a devolverse a los uniformados hasta la calle 13.



Los niños se encontraron con ese evento y de inmediato, sin pensarlo dos veces, estaban amontonando piedras en la esquinas de la 26 para que los estudiantes de la Universidad continuaran su arremetida contra los soldados.



-         Hacéle un nudo con las mangas al buzo del colegio y hacemos una talega



Y dicho y hecho, los niños habían convertido su buzo del colegio en la mejor herramienta para llevar piedras, de tal manera que los montones de la esquina daban abasto a los manifestantes de una manera fluida y rápida.



Un estandarte del Presidente Mao fue colgado en un balcón de las casonas de la 26 y al rato de la calle 12 un maestro carpintero donaba una llanta de carro que se encendía junto con madera y aserrín, la barricada era un hecho.



Los niños ya no solo traían piedras, sino que junto a los jóvenes estudiantes gritaban y lanzaban guijarros, alentados por las sonrisas cómplices de los transeúntes y vecinos del lugar.



-         ¡Abajo la asquerosa y pecuecuda bota militar! …

-         Abajo, abajo, abajo…



Los niños, los estudiantes de la Universidad de Nariño y algunos vecinos gritaban y atizaban la hoguera encendida en la esquina. A la altura del medio día, los niños estaban con su cara tiznada por el humo de la hoguera, con su camisa antes blanca, salida de su pantalón y sus buzos hechos sacas de piedras, raídos por el maltrato al que los habían sometido.



De pronto se oyó un grito de uno de los muchachos:



-         Los tombos suben por la carrera 27…



Inmediatamente el grupo se dividió y en cosa de minutos organizaron otra barricada cruzando el parque de San Felipe al pie de las gradas del templo. Entonces la tarea de los niños empezó de nuevo. Al pie de la piedra del cura de la Villota, la misma que la tradición oral decía que había sido levantada por un viejo sacerdote sólo con la ayuda de su bastón y colocada en este lugar de manera mágica o milagrosa, ya que es un megalito de al menos una tonelada de peso; se pusieron a llenar sus improvisadas bolsas de las piedras del entorno.



Se escuchó la explosión del tri rail que hizo llegar un tubo de gas lacrimógeno justo entre el grupo de muchachos al pie de la iglesia de San Felipe. El gas hizo estragos entre la gente a su alrededor y aún así, los niños seguían llenando sus buzos de piedras y corriendo a dejarlas en el sitio cercano a los manifestantes.



De pronto al momento en que se hacían a otra carga de piedras, uno de ellos vio unos zapatos de mujer conocidos, levanto la mirada constatando desde los pies, las piernas, la falda, el saco de lana negro y final mente el rostro de su madre.



-         ¡ Mi mamá!



La señora no se hizo esperar, levantó al chiquillo de una oreja y cruzó con él la barricada, el piquete de policía y lo sacó hasta la calle 14, casi levitando.


Una vez en la casa, gritos, un baño en agua fría y un par de correazos, fueron el primer castigo del sistema a este cachorro de revolucionario.

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