miércoles, 19 de noviembre de 2014

EL AGUJERO



EL AGUJERO



Asomó el ojo por el orificio en la puerta.


El humo lo cubría todo, el humo y el polvo, y la lluvia ligera de la tarde que caía fuera de la casa sobre el patio de cemento lucido, el humo se filtra amortiguando el resplandor del sol colado entre las nubes, entra también el ruido de los pasos, de las botas y las pisadas abandonadas a su suerte, inmovilizadas finalmente por los hombres que venían de lejos, con acentos raros, con insultos nuevos, sus ojos fijos en ese humo que entra por las hendijas de las ventanas, inmerso en el sonido de las gotas en el techo de lata y el sonido de los árboles sacudidos por el viento.


Aunque aún no sabe la dimensión del peligro, pensó: Arriesgaré una pata fuera del cuarto, quizá ni siquiera me vean, soy tan chiquito que ni siquiera haré ruido.


Fuera de allí, los hombres amarrados en los postes de las cercas tiemblan y  se lamentan, como hojas arrastradas por el viento y el agua, a pesar de la lluvia el sol aún da calor al día, y el viento sopla abanicando los estandartes que subían a los árboles los hombres de otras tierras, los mira como asordado por lo que escucha, los gritos y las suplicas, los insultos y las maldiciones. También las imágenes se nublan,  tal vez sea el fuego que cada vez crece más, el humo y el polvo, el humo, el polvo y la lluvia.



El olor de hierbabuena y de jazmines, mezclado con el olor a plátanos maduros fritos y café recién colado; fue remplazado por un fuerte olor a sangre y chamusquina; los hombres de otras tierras habían matado la puerca y la pelaban en el patio.



Entró en los olores y a través de ellos se abrió camino, plantando su huella paso a paso, pegado a los muros, pisando el suelo como un gato, su nariz estremecida por el humo, entre los olores y el llanto, se revuelven con el humo, el humo y el polvo, el humo, el polvo y la lluvia. Respiraba el humo, el humo, el polvo y la ceniza, de ellos se llenan sus pulmones, de llanto y quejidos, de llanto, quejidos y suplicas se llenan sus oídos, su cabeza daba vueltas, sus ojos miraban en todos los sentidos, pegado a los muros, mirando el suelo y rozando con sus pies la sombra, buscaba el filo de la casa, la frescura de la tierra y el agua que desliza por los aleros, alcanza las matas de plátano, cuando de repente cae en un agujero, en una chamba que habían cavado detrás de la casa, cubierta con hojas, en el fondo se llena el agua, se queda quietico, ahora oye cómo golpean ellos con sus botas mientras pasan, y sacuden la tierra, lanzan y amontonan, juran, gritan, arrastran, borran sus huellas, pisotean, escupen y tapan.



El silencio se comió la tarde, entonces gritó, un grito que se ahogó entre los cuerpos que habían desaparecido casi por completo el cielo sobre su cara, un manto sombrío que casi lo aplasta, lo deja sin aire, sin sonido en su boca.



Aparta con sus manos, levanta los brazos, se alza en sus piernas, respira con fuerza y vuelve a gritar, un llanto sin lágrimas, una voz sin aliento, se agarra de las raíces, del musgo, de la mismísima tierra y huye en medio de la oscuridad. La noche se convierte en un hoyo sin fin y sin fondo, rueda y se levanta, corre y salta, huye sin saber que jamás saldrá de ese agujero.   

viernes, 7 de noviembre de 2014

PARQUE DE SAN FELIPE



Las 10:30 de la mañana, bajan corriendo por la calle interna empedrada y rodeada de pinos de la Escuela Normal de Occidente. Venían del restaurante de comer colada con tortilla, cuando dieron la orden de salida anticipada.



-         Vamos a jugar un rato a la cancha

-         Vamos mejor a la piscina



Llegaron corriendo a la entrada de la piscina y el celador los sacó corriendo.



-         A ver, a ver… Salgan de aquí o le aviso al Prefecto de disciplina



Corrieron como alma que lleva el diablo, antes que el Prefecto venga y los ponga a hacer sentadillas con las manos en el cuello, alrededor de la pista de atletismo, como a los que llegan tarde.



Salieron como una tromba y bajaron a la calle 10 para tomar la carrera 26, donde casi chocaron con el tropel de los muchachos de la Universidad de Nariño, que eran perseguidos por una escuadra de soldados del Batallón Boyacá. Habían sido sacados de las residencias universitarias que quedaban más arriba del teatro Imperial y corrieron para alcanzar el Parque de San Felipe, donde encontraron pertrechos en las piedras del río que se amontonaron en las orillas de las vías por la última crecida del Mijitayo y se hicieron fuertes en la esquina obligando a devolverse a los uniformados hasta la calle 13.



Los niños se encontraron con ese evento y de inmediato, sin pensarlo dos veces, estaban amontonando piedras en la esquinas de la 26 para que los estudiantes de la Universidad continuaran su arremetida contra los soldados.



-         Hacéle un nudo con las mangas al buzo del colegio y hacemos una talega



Y dicho y hecho, los niños habían convertido su buzo del colegio en la mejor herramienta para llevar piedras, de tal manera que los montones de la esquina daban abasto a los manifestantes de una manera fluida y rápida.



Un estandarte del Presidente Mao fue colgado en un balcón de las casonas de la 26 y al rato de la calle 12 un maestro carpintero donaba una llanta de carro que se encendía junto con madera y aserrín, la barricada era un hecho.



Los niños ya no solo traían piedras, sino que junto a los jóvenes estudiantes gritaban y lanzaban guijarros, alentados por las sonrisas cómplices de los transeúntes y vecinos del lugar.



-         ¡Abajo la asquerosa y pecuecuda bota militar! …

-         Abajo, abajo, abajo…



Los niños, los estudiantes de la Universidad de Nariño y algunos vecinos gritaban y atizaban la hoguera encendida en la esquina. A la altura del medio día, los niños estaban con su cara tiznada por el humo de la hoguera, con su camisa antes blanca, salida de su pantalón y sus buzos hechos sacas de piedras, raídos por el maltrato al que los habían sometido.



De pronto se oyó un grito de uno de los muchachos:



-         Los tombos suben por la carrera 27…



Inmediatamente el grupo se dividió y en cosa de minutos organizaron otra barricada cruzando el parque de San Felipe al pie de las gradas del templo. Entonces la tarea de los niños empezó de nuevo. Al pie de la piedra del cura de la Villota, la misma que la tradición oral decía que había sido levantada por un viejo sacerdote sólo con la ayuda de su bastón y colocada en este lugar de manera mágica o milagrosa, ya que es un megalito de al menos una tonelada de peso; se pusieron a llenar sus improvisadas bolsas de las piedras del entorno.



Se escuchó la explosión del tri rail que hizo llegar un tubo de gas lacrimógeno justo entre el grupo de muchachos al pie de la iglesia de San Felipe. El gas hizo estragos entre la gente a su alrededor y aún así, los niños seguían llenando sus buzos de piedras y corriendo a dejarlas en el sitio cercano a los manifestantes.



De pronto al momento en que se hacían a otra carga de piedras, uno de ellos vio unos zapatos de mujer conocidos, levanto la mirada constatando desde los pies, las piernas, la falda, el saco de lana negro y final mente el rostro de su madre.



-         ¡ Mi mamá!



La señora no se hizo esperar, levantó al chiquillo de una oreja y cruzó con él la barricada, el piquete de policía y lo sacó hasta la calle 14, casi levitando.


Una vez en la casa, gritos, un baño en agua fría y un par de correazos, fueron el primer castigo del sistema a este cachorro de revolucionario.

viernes, 10 de octubre de 2014

LA CALEÑITA

La Caleñita

Sábado 23 de abril.

Lo despertaron tempranito para ir a la preparación de la primera comunión en San Juan Bautista, porque el 22 de Mayo el Obispo Salazar Mejía celebraría la misa y muchos niños esperaban con devoción ese momento.

Pasó por Andrés golpeando el portón verde oscuro, con el aldabón en forma de cabeza de león y después el chiflido reglamentario.

Salen en búsqueda del tercer compañero en la calle 19, entran a la carpintería del Maestro Pacho, en la casona colonial de paredes de tapia apisonada de piso de ladrillo cocido, lleno de polvo de madera y aserrín.

-          ¿Está Iván?
-          Pasen, espérenlo.

Entraron en la cocina olorosa a café recién hecho  y se sentaron a tomar café con pan de sal del común, mientras Doña Gloria les preguntaba sobre la salud de los familiares. Afuera en el patio principal prendieron la cierra y el ruido copo totalmente el espacio.

Mientras terminan el café y el pan, sale Iván del cuarto, bien peinado, y se sienta junto a los otros dos niños y toma el café a sorbos grandes para alcanzarlos y se levantan como un resortico, juntos, para salir a la calle.

Caminaron por la calle 19 y subieron por la carrera 27, para alcanzar la calle 18 y bajar hacia la iglesia de San Juan Bautista. Caminaban rápido porque el catecismo prácticamente ya había comenzado y además empezaban a caer grandes gotas de agua, de un aguacero torrencial que se cierne sobre la ciudad.

La hora del catecismo es acompañada por el sonido de la lluvia y el sonido de los autos que se parquean entorno a la Plaza de Nariño. Cuando regresaron a la calle, casi a medio día, la lluvia había cesado y un sol resplandeciente y picante, típico sol de invierno, alegraba el paisaje.

Bajaron por la carrera 25 cruzando el alero del arco del Corazón de Jesús, hasta el Banco de la República. Cruzaron riendo por la calle 19 y en la entrada de “La Caleñita” había un señor gordo de aire bonachón, en camiseta de rayas que le envolvía su barriga prominente, fumaba un cigarrillo y estaba parado frente a un carro Dodge Dart negro con capota blanca, que parecía un taxi, que brillaba con el choque de los rayos del sol que ya caían perpendicularmente.  

El hombre les llama la atención y les pide el favor que le ayuden a subir unos paquetes a la cajuela del carro. Ante lo cual los niños no objetan y le ayudan. El hombre se sube al carro y los llama a la ventana y le da a cada uno, cinco pesos.

Un billete de cinco pesos, nuevecito. Su tono verdusco con el cóndor de alas abiertas y la figura del General José María Córdoba y ese papel sin uso, era un tesoro en las manos de cada uno de ellos.

Gracias… se oyó en coro, mientras el carro tomaba impulso en la calle. No lo podían creer.

Vamos al Ley, dijo uno de los niños y tomaron de regreso la carrera 25 para subir hasta la calle 17 y cruzaron hasta el Almacén Ley.

-          ¿A cuanto valen esos carritos?
-          Nos alcanzan de a dos.
-          No mejor compremos uno y la ultima revista de Kalimán.
-          Dos revistas nos alcanzan a cada uno.

Salieron con un carro de colección cada uno, a comprar las revistas en el puesto del Banco de Colombia en la calle 19, pero en el camino se encontraron con la entrada de los Helados de Paila y al salir con conos de mora y vainilla, ya les quedaba el dinero para comprar solo dos revistas entre los tres.

Cruzaron el parque de Nariño pisando el césped de sus esquinas. Junto a los raspados había un puesto de maní y habas.

-          Que rico compremos maní.
-          Bueno
-          Compremos una revista y nos la turnamos, un día cada uno.
-          Vale
-          Vale

Compraron el último número de Kalimán El Hombre Increíble, en la carátula había una figura del héroe levantando en brazos a un herido y un pensamiento: ¡Siempre hay un camino, cuando se usa la inteligencia!

Llegaron, cada quien para su casa, pues era hora del almuerzo. El Domingo después de misa salieron un rato a jugar haciendo caminos de arena en los andenes de la carrera 28, para estrenar los carros ultimo modelo.

El lunes casi a las 7 de  la mañana, la calle 19 estaba totalmente cerrada por los organismos de seguridad.  Del F2 (La SS criolla) que quedaba en al calle 19 No. 27-92, salía y entraba gente como en carnavales.

-          Camina rápido que se nos hace tarde el colegio.
-          Espere pregunte

Un policía de casco blanco, que le quedaba grande, les respondió: se robaron el banco de la Republica. Y siguió corriendo con una mano en la cabeza para que no se le caiga el casco.


En los titulares de la prensa se leía: ROBO DEL SIGLO. Se llevan 82 millones de pesos del Banco de la República de Pasto, por túnel hecho desde la fuente de soda “La Caleñita”. 

lunes, 6 de octubre de 2014

CARTA No.6



Mujer.



Esta mañana recordaba la noche en que te dije cuanto te amo, había luna llena, como esta noche. La luna alarga la sombra del árbol frente a mi ventana, hace brillar el jarrón de agua en la mesita de noche y torna plateados los recuerdos.



No has vuelto a escribir hace un par de semanas y yo ya he leído hasta aprenderme las cuatro cartas que me has enviado desde que nos escribimos. No quiero molestarte, o tal vez si, si es que es molesto pedirte que me escribas, ya que verte cada vez se torna más lejano.



He entrado en un periodo de tranquilidad, es como si el lago se hubiera aquietado tras el sacudón de la caída de una enorme piedra, las ondas recorrieron todo mi ser, pero han llegado a la quietud. Por eso deje de escribirte hace varios días. A esa impetuosa necesidad de escribir para ti, que me embargó desde el día que te fuiste la ultima vez, le han seguido unos días de una modorra literaria. Pero es este letargo en el que he caído, es el que me ha dado la tranquilidad de volverte a escribir.



He empezado a entender el ritmo de los tiempos, los de ahora, sobre todo tus tiempos, pero más aún he empezado a no desesperarme más por mis tiempos. Cuando te dije que te amaba, no fue para nada una sentencia. Se que en esta sociedad el amor es una carga; sobre todo para quienes las reciben. Un “yo te amo” es un rótulo que quema como un herrete, una marca de fuego que se debe cargar, que se debe sufrir, ojala para siempre.



Mi amor, lo digo repetidas veces así parezca un eco, es un canto de alabanza a la libertad. No es fácil de entender, ni siquiera para mí. Hay noches en las cuales despierto y me exijo a mi mismo escribirte una “orden” de regreso, pero al amanecer entiendo la belleza de esta soledad en la cual te espero. Créeme, si me enamoré de ti, es porque nos parecemos en muchas cosas, no solo por el impetuoso deseo o por la desbordante alegría que nos deparamos. Si te amo es porque alcanzamos a entender el valioso precio de la libertad.



Sé entonces a quien yo amo, por qué te amo y cuanto disfruto de ese amor.



Eres impetuosa, en eso te pareces también a mí. Eres como yo a la edad que tienes hoy, decidida a jugarte la vida misma por amor y a jugarte el amor por ser libre, por lo cual no puedo ser inferior a este reto.



Justo hoy, hace tres meses, en una noche de luna llena, debajo de este techo, en esta cama, con una copa de vino en cada mano, te juré que te amaría para siempre, así el “para siempre” sea fugaz o momentáneo. Esa noche llovía a cantaros y nosotros éramos una hermosa fogata que encendida crepitaba al contacto de nuestros cuerpos. Me gusta recordar los pasajes que me trae esta luna. Embriagarme de recuerdos es una forma de mantenerme cuerdo a pesar de tanta ausencia.



Esa noche de luna llena, allí en la mesita de noche, te sentaste desnuda a cantar con tu copa en la mano; tus nalgas dejaron dibujado un corazón en el vidrio y yo lo recalqué con un marcador a la mañana siguiente. Me dejaste firmando esa figura y le pusiste un beso con tu labial rojo intenso. No tengo una fotografía tuya, pero tengo esa marca indeleble que no debo cargar, que es al contrario una marca que me hace volar, que me catapulta al infinito, a la libertad de amarte así sea en este tiempo de espera, este tiempo de espera que alumbra la luna llena y un corazón pintado sobre un vidrio. Yo le coloqué el jarrón de vidrio con agua que cambio cada mañana y una rosa roja que lleva allí una semana, quiero recordar la rosa que Saint-Exupéry le pinta al Principito.



Te amo. Si. Como sólo puede amar un loco enamorado del amor. Un loco libre, libertario, bajo la luz dulce de la luna llena, con el sabor de tus labios en la memoria de mi cuerpo, con la pasión que crece y se acumula para cuando regreses a despedirte de mi de nuevo.

LLUVIA